lunes, 24 de marzo de 2014

San Marcos y San Marceliano.

 Cuentan las crónicas, que el día 18 de junio del año 1685, se desencadenó una aparatosa tormenta sobre nuestra ciudad . Uno de los fuerte rayos prendió fuego en el almacén Real de pólvoras y municiones, que se encontraba situado en el castillo próximo a la catedral de Santa María y al palacio del obispo. El edificio más conocido por el nombre del polvorín que se encontraba repleto de bombas y explosivos  comenzó a arder, haciendo temer su explosión, y salvo unos pocos valientes que quedaron para ayudar , toda la gente huyó despavorida fuera de la ciudad. Hasta el obispo, al que se tenía por no ser un hombre asustadizo, corrió a refugiarse con su familia al lejano convento de San Gabriel. Otros buscaron cobijo en los sótanos de la catedral y en los conventos, o debajo del puente.
San Marco y San Marceliano por Alonso de Mures.
El vecindario estaba atemorizado, ante la posible explosión que se temía.Dice uno de los cronistas, que "todo el mundo corría, y hasta los lisiados tiraron para donde cada uno pudo, en una desbandada general, muchos a medio vestir, o desnudos, abandonando enfermos y viviendas".
El Gobernador militar acudió con algunos soldados a tratar de apagar las llamas, pero el oficial que tenía las llaves del polvorín también había huido...
En medio de todo este caos y del pánico generalizado, sólo unos pocos valientes se atrevían a ayudar intentando sofocar la situación, y entonces como por arte de magia aparecieron dos jóvenes que se afanaban por apagar el fuego, y ayudar a enfermos e impedidos, de un lado para otro dando ánimos. Según la crónicas "dos mozos de gallarda figura que a todos alentaban y trabajaban por muchos". Tan pronto como consiguieron apagar el fuego, desaparecieron, nadie los conocía , nadie sabía de ellos, por lo que los ciudadanos lo atribuyeron a un milagro, pensando que fueran los santos mártires "San Marco y San Marceliano",  dos jóvenes mártires romanos que se celebraban ese mismo día.
El cabildo y la ciudad decidieron desde ese mismo día nombrarlos patrones menores de la ciudad, dejando como principal a San Jose. Su devoción en la ciudad fue grande, por lo que se les dedicó un altar en el trascoro del templo de la catedral, al otro lado de San Jose. " Y ahí se pintaron y pusieron sus efigies", por la mano de  don Alonso de Mures.

Nota: información sacada del libro " Mujeres de Badajoz" de Alberto Rodriguez y " La Catedral de Badajoz"

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